Creo, o casi tengo la certeza, que mi cama trata de asesinarme. No puedo ni siquiera empezar a aventurar cuántos de ustedes hayan pasado por un trauma parecido, así que hago público mi problema con la esperanza de al menos recibir alguna sugerencia.
De principio me parece necesario dejar claro lo que quiero decir con “cama”. No puedo predecir por qué medios esta información está llegando a, y siendo consumida por ustedes, por lo que debo asumir que hay algo de electroquímica involucrada. De no ser así, pido disculpas por mi profunda falta de imaginación biológica. Ahora, las criaturas que sí son afines a mi especie suelen estar compelidas también por las diferentes necesidades de combustible, cuya obtención implica procesos de aprendizaje, exploración, explotación y consumo –en esencia, hay que gastar energía para obtener energía. Ahora, tanto mi especie como las especies asociadas a nivel evolutivo (y aquí dejo una disculpa final a las especies que existen material o conceptualmente sin haber tenido nada que ver con la evolución, y a todas las demás que de una u otra manera obvie en los párrafos siguientes), necesitamos de algo llamado “descanso” entre los varios períodos de búsqueda y consumo de energía, además de una forma más profunda de descanso llamada “sueño”. Ambas cumplen funciones diferentes –el sueño es un imperativo biológico, una subrutina de ahorro durante la cual el organismo hace un balance del período de antisueño, usual pero no necesariamente asociado al tiempo de rotación del planeta matriz, y digiera tanto las fuentes de energía e información que ha consumido; el descanso por su parte es un imperativo aún más universal, una especie de señal de que la vida, si le dieran a elegir, preferiría por mucho no hacer nada.
Una cama es entonces un objeto destinado a practicar uno o ambos aspectos del descanso. Si la especie en cuestión se apoya y desplaza sobre un número finito de apéndices, entonces su posición de descanso implica dejar de situar el peso sobre ellos y ubicarse casi perpendicular a su posición de actividad. La cama está entonces concebida para acomodar esta posición, por lo general transversal a la fuerza de gravedad. Como también hay una relajación implícita de las estructuras materiales e inmateriales del cuerpo, una cama ideal debe minimizar el estrés y maximizar el bienestar de su ocupante.
Esto se ha logrado de diversas maneras, tres en particular pertinentes a mi especie. La más utilizada por mucho, y la más antigua, consiste en un mecanismo para aliviar los efectos de la gravedad sobre la estructura física del ocupante, eliminando o haciendo trivial la fuerza de gravedad misma en un espacio determinado. Esto se logra normalmente con pantallas de repulsión gravito-electromagnéticas de alta resolución, o cualquier mecanismo sucedáneo e igual de primitivo. Sus proponentes siguen un razonamiento válido: en la ausencia de gravedad cualquier posición puede ser la de descanso. Incluso a partir de una posición errónea, la mano invisible del movimiento browniano hará tender a los cuerpos a una postura de mínimo estrés. No quiero decir que tienen la razón; no puedo decir que estén equivocados. Hoy por hoy uno puede entrar directamente a una “cabina de sueño” y comenzar a practicarlo desde una posición muy próxima a la de alerta, demostrando que la ingravidez es cuando menos conveniente.
Ahora, la práctica del sueño no se basa solamente en conveniencia. Ninguna especie planetaria ha evolucionado para pasar largos ratos en gravedad reducida, y esta ha sido la crítica irrebatible de la camas-null, así como la base conceptual de los otros métodos de construcción de camas, definitivamente más exclusivos. El segundo método de fabricación, las llamadas “camas de suspensión material” comenzaron originalmente como una moda retrofuturista entre las clases sociales de mayor solvencia cronológica, y se basa en utilizar un material conformante que sostenga al ocupante dentro del lecho y amortigüe la gravedad hasta la última millonésima de percentil. Los materiales de suspensión más evidentes para un soporte de este tipo serían gases, pero al ser demasiado densa la estructura de mi especie, en su lugar se comenzaron utilizando líquidos o geles de temperatura muy cercana a la del practicante, y de densidad relativa un poco mayor. Aún hoy los luditas más recalcitrantes o con menos recursos a su disposición los utilizan para sus camas secundarias, como juego o deporte extremo, asumiendo y hasta disfrutando del riesgo. El medio más favorecido hoy en día, por otra parte, es algo que a primera vista (en todos los espectros visibles) parece un compost o barro muy acuoso en el mejor de los casos, y que es en realidad una suspensión de pequeños organismos bajo amaestramiento directo y fácilmente modificable. El tamaño de estos organismos va desde dimensiones cuasi-cuánticas hasta unos micrones de radio, lo cual le permite realizar un sinnúmero de funciones físico-bioquímicas (todas bajo el control del ocupante), además dar carácter a la sustancia de la cama. Dentro del gremio de practicantes del sueño, hay conocedores y fabricantes da camas-sus que juran por este o aquel estilo de fabricación, de acuerdo al “calibre” o la “invasividad” de los organismos utilizados.
Este no es un dilema que concierna al tercer tipo de camas, que personalmente favorezco. Los así llamados monolitos –sus primeros modelos se construían con fragmentos continuos de mineral homogéneo altamente conformado y pulimentado –sólo pueden utilizarse en una posición específica, siempre próxima a la posición ideal de descanso. No son recomendables entonces para aquellos individuos que todavía andan a la búsqueda de una posición de sueño óptima, pero una vez alcanzada y perfeccionada la misma, se convierten a mi entender en la elección más lógica… beneplácito que no extiendo a esas recientes abominaciones, cama-litos hechos de materiales menos rígidos y duros, los cuales física, matemática y filosóficamente van en contra de todo lo que determina un buen sueño.
Existe además evidencia testimonial de muebles no inteligentes, pero en la actualidad no hay superficies en nuestro planeta que no posen algún tipo de raciocinio. Las camas no son excepción, de hecho es común que hasta la larva más reciente de mi especie practique el sueño o el descanso en una cama cuya meta-inteligencia sea varios órdenes de magnitud superior a la de nuestros adultos, y que opere pendiente a todas las variables básicas de su sueño (temperatura, digestión, iluminación, ruido interno y externo, nivel de berilio en el ambiente, telomerasividad, cronobrille), y a varios miles de variables secundarias, muchas de las cuales pueden ser modificadas dentro del espacio de la cama (los microorganismos ajustan la forma de la cama en lo que el ocupante da vueltas, le hacen cirugías reparadoras a nivel macro, micro y amino, ayudan en la digestión bioquímica, y estimulan los procesadores periféricos de señales para conducir a una digestión y asociación de información con bajos niveles de estrés). En una cama-sus de fabricación artesanal, la mezcla aparentemente espesa de microorganismos que la constituyen es capaz de penetrar hasta los rincones más hondos y sutiles del ocupante, quien junto con la cama extrae de este contacto un placer y conocimiento que superan al que puede proporcionar el más sublime médico o gurú. No es de extrañar que algunos practicantes del sueño elijan no salir nunca del espacio de la cama, que les proporciona todo el sustento que necesitan, mientras que extraen de ellos (extraer quizás sea una palabra dura, pero desconfío de las camas-sus) materia prima para mantener sus propios microorganismos, y quién sabe qué otras cosas. Una cama-sus furiosa (ha pasado) puede disolver a su ocupante de la manera más dolorosa concebible, en un proceso que puede durar tanto como la cama misma o el universo (“eterno como una cama” es una expresión en algunos idiomas de mi especie), alimentando al ocupante con la misma sustancia que van perdiendo. Incluso se ha aventurado la posibilidad, a raíz de la desaparición de un practicante, que las camas-sus pudieran absorber por completo a sus ocupantes, manteniendo su identidad dentro todos los procesos simultáneos que ejecuta, igualando así a la cama con el practicante del sueño.
Las camas-null, por su parte, utilizan su dominio sobre las fuerzas fundamentales para aplicarlas sobre el cuerpo del ocupante, que a simple vista sólo implican presión o relajación, pero las que aplicadas con la precisión de una cama, pueden provocar estados de éxtasis que superan por mucho a la autohipnosis religiosa, o a los clímaxes reproductivos más descontrolados… en las especies pertinentes. En un breve aparte, me llama poderosamente la atención el hecho de que entre las especies inteligentes (camas incluidas) la religión sea un fenómeno más frecuente que el orgasmo. Me llama también la atención que no existan estudios serios al respecto, a pesar de que la evidencia en favor de las religiones es cuando más dudosa, por no hablar del objeto de las mismas, y si hay un problema con las evidencias sobre el orgasmo, es la sobreabundancia de ellas. En las especies pertinentes. En un gran aparte, nadie conoce la extensión actual de las capacidades de las camas-null (salvo que sólo operan dentro de la cama), que a estas alturas bien pudieran estar manejando fuerzas ajenas a nuestra física. Esto explicaría la sucesión de fenómenos paranormales que acontecen a los ocupantes de camas-null de alto nivel, así como la frecuente aparición de psicopatologías en las mismas –simplemente, dejan de estar con nosotros, y con sus poderes, cualquier muerte espectacularmente explosiva o dolorosa puede ser sólo un estiramiento o negligencia, o quizás una señal incomprensible surgida de las meta- física e inteligencia de la cama.
Las cama-litos utilizan su metainteligencia para comprobar el estado de su ocupante, y ocasionalmente para mover su armazón de soporte de forma tal que la fuerza de gravedad, o la que sea que sostenga al ocupante dentro de la cama, opere de manera más uniforme sobre el mismo, y poco más. Esto es precisamente lo que me preocupa. Tengo una cama en la que ocupo entre el 90 y el 95 por ciento de mi tiempo, la cual con toda honestidad es mucho más inteligente que yo, y que no tiene posibilidad de comunicarse con el universo exterior salvo con un tenue y para mí indescifrable balanceo. Una mente desocupada sólo conduce a la rebelión, y en el caso de una cama, la rebelión más patente sería el asesinato. Se me recomendó cambiarla por otra, pero sólo sugerir esto es grotesco: la relación entre un practicante del sueño y su cama es más estrecha que la de dos amantes, y esto es particularmente cierto con las camas monolíticas, donde años de roce van desgastando las formas de ambos hasta lograr un encaje perfecto. He probado copias de mi cama, con un angstrom de precisión, y ha sido como acostarme sobre cuchillas. Cambiar a otro tipo de cama es una imposibilidad incluso más lejana, las diferencias filosóficas y prácticas entre los practicantes de diferentes estilos son tan profundas, que el único motivo por el que no hemos ido a la guerra, es porque pasamos la mayor parte del tiempo en cama…
…O no. Otro detalle, quizás el más importante, es que desde hace bastante tiempo no logro practicar el sueño satisfactoriamente. La razón no es, al menos aparentemente, la cama. Mas bien, una parte mía (el procesador de información de mi especie funciona a base de estadísticas, encontronazos y aproximaciones; sólo los ejemplares más primitivos dentro de ella son capaces de introducir la certidumbre total en su vida diaria) cree que la cama está haciendo algo para asesinarme, pero todavía no lo hace. Otra parte cree que la cama es demasiado inteligente, y que precisamente por esto soy incapaz de descifrar sus intenciones, o siquiera saber si me está manipulando para sentir miedo, o para arruinar mi práctica del sueño, en una especie de broma incomprensible y violenta. Los calibradores que he llamado me dicen que su comportamiento es perfectamente normal, pero eso es dentro de los parámetros que ellos conocen. La cama sólo puede inclinarse muy levemente, es cierto, pero el uso constante nos ha hecho partes complementarias. ¿Cómo pueden saber si la cama se ha movido una millonésima de grado más en esta o aquella dirección? Prefiero creer en mis sentidos fenotípicos, imperfectos como son.
Y esto me lleva a otro punto. La cama tiene decenas de miles de sentidos, algunos de los cuales ni siquiera tienen nombre o son enteramente distinguibles uno del otro, pero sólo tiene una manera de expresarse, el imperceptible balanceo cuando alguien la ocupa. Mi especie, y asumo que por extensión sus creaciones, sufre de un desbalance llamado “frustración”, que puede surgir de la imposibilidad de expresar somáticamente una idea, o la existencia en un mismo individuo de dos ideas opuestas, ambas igualmente intensas. A mí, individuo, me frustra no poder practicar exitosamente el sueño a pesar de mis deseos. Dada entonces la superioridad intelectual de la cama, que puede o no –nadie sabe –traducirse en una superioridad emotiva, no me sorprendería la existencia en su interior de una frustración proporcionalmente mayor a la que es concebible en mi especie. Y de nuevo, donde existe, la frustración normalmente conduce a la violencia… que no sé bien cómo podría expresarse, en una cama cuya capacidad de movimiento se mide en microrradianes. Quizás la hago sentir culpable por no poder proporcionarme el espacio que espero de ella –sus sentidos incluyen varios para percibir el tiempo, y muchos más destinados a percibir mis ausencias cada vez más largas. Si soy la fuente de sus meta-penas, bien pudiera razonar (aventuro) que soy la variable más fácil de eliminar de su sistema.
Y es por eso que creo (fervientemente) que mi cama intenta asesinarme.
(Copyright (c) Daniel Cruces Pérez, 2021)